¿Qué eres capaz de hacer con lo que sabes?

Llevo tiempo dándole vueltas a esta pregunta, con la máxima latina Verum Ipsum Factum en el horizonte. Lo verdadero es lo hecho. He comenzado ya varias veces este artículo (y espero que esta sea la definitiva), poniendo en el primer párrafo la paradoja que es saber algo y no aplicarlo: es como no saberlo.

Normalmente entendemos que la experiencia es la que aporta el aprendizaje real, que la diferencia entre saber y saber hacer está en ese aterrizar de ideas que nos sirve como validación.

Pero la pregunta del título tiene trampa. Atención, que lo voy a escribir tal cual lo he pensado, y es un poco lioso:

  • Con lo que sé, sé hacer menos de lo que sabré hacer si me atrevo a hacer, aún sin saber del todo.

Dentro del esquema que sustenta esta relación entre lo hecho y lo sabido, el miedo condiciona en gran medida ese llegar a atreverse, porque en nuestra humanidad tenemos miedo a fallar, a no ser suficiente, a no valer… Es un vértigo que produce ternura en la mayoría de los casos, ya que en nuestra infancia nos identificamos con lo que hacemos -y requiere de bastante madurez separar nuestra personalidad de nuestras obras. Pero no deja de ser una emocionalidad basada en el individualismo.

La manera en la que creo que podemos vencer ese vértigo en el aprendizaje es mediante el juego. No estrictamente el juego, sino las características de lo lúdico que apunta Huizinga en Homo Ludens. Abrir un ámbito en el que podamos experimentar nuestras ideas y procesos sin que eso conlleve consecuencias graves. Vamos, que tengamos permiso para probar una demo. Y que tengamos feedback.

En el artículo original, en el que me metía en el fango de la opinión sobre educación (y más en este país de pasiones enormes), la diatriba versaba sobre la necesidad de revalorizar las Humanidades como conocimiento necesario para el pensamiento colectivo y sistémico. Aún no se me ha cerrado la boca desde que oí a mis alumnos adolescentes hablar de «letrasados«, refiriéndose a los estudiantes de Humanidades. En ese original iba a romper una lanza argumentando que los lingüistas están demandados ahora mismo para entrenar inteligencias artificiales, pero no van por ahí mis tiros.

Mi defensa de las Humanidades, en todo esto de la educación, del conocimiento, y de la viabilidad de ideas, es en cuanto que pienso nos aportan la dimensión colectiva y atemporal que necesitamos para seguir construyendo sociedad. Es decir: necesitamos la literatura, la filosofía, el teatro, la historia… no porque individualmente nos vayan a servir -que lo hacen-, sino porque en un proceso de enseñanza-aprendizaje las Humanidades nos dan el marco de pensamiento necesario para aprovechar el potencial de estas generaciones altamente gamificadas, pero profundamente individualistas, y aprovecharlo para crear un mundo mejor para todos.

Ya he hablado en otras ocasiones de lo importante que me parece el dibujo funcional dentro de la enseñanza -y ese es mi empeño, poder aportar esa herramienta al profesorado para que puedan explicar mejor. Hoy empujo con este artículo para promover el estudio de lo Humanístico, pero también de la ludificación de la educación. Que podamos promover que quienes aprenden, puedan aterrizar sus ideas en entornos en los que puedan experimentar sin consecuencias graves. Que puedan fallar pronto, y que puedan aprender del fallo.

No pretendo más que lanzar ideas -a veces miro Twitter y me espanta el debate tan corroído que hay ahí. Intuyo que más que hacer juegos para aprender es encontrar los elementos lúdicos que ya hay en las metodologías educativas que sabemos que funcionan; me parece que pueden contribuir a aumentar la motivación intrínseca en el estudiantado. Pero puedo estar absolutamente equivocada -y no pasa nada, solo es mi opinión.

Termino con una frase que solía decir en las clases de pintura: «no hagas lo que crees que sabes hacer, sino lo que quieres hacer«. En general, quienes asistían a mis clases infravaloraban sus capacidades (de nuevo, el miedo a fallar). Necesitaban mi mano amiga para acompañarles en el proceso de buscar los medios y los recursos para llegar a un objetivo que excedía lo que ellos pensaban que podían hacer. Eran capaces de hacer más de lo que pensaban que sabían, si tan solo se daban permiso para intentarlo.

Démonos cancha, entonces. Hagamos, y aprendamos por el camino.

P.S.- Tanto si estás de acuerdo como si discrepas, estaría genial que me pudieras comentar lo que opinas. Así puedo hacer crecer esto 🙂

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